viernes, 20 de septiembre de 2013

Auxiliar a un colibrí


Fotografía. Mariangélica Martínez

 A través del tiempo, con el manejo de las aves y de los colibríes he aprendido como auxiliar a esas aves pequeñitas  cuando sufren algún trauma.
Los colibríes son aves muy territoriales y celosas de su entorno. Ellos cuidan y defienden sus parches de flores o sus bebederos y, sin ser pretenciosa,  algunos de ellos, que están en sus perchas en los sitios de la casa que más frecuento defienden ese sitio por donde me muevo. Otros, especialmente las hembras del Colibrí Cola de Oro, cuando se ven acosadas por los más grandes, se me acercan como pidiendo ayuda. En ese caso me acerco al alimentador  o a la flor que quieren visitar y así ellas logran llegar.
En esa defensa de sus espacios, estos pajaritos se enfrentan unos con otros, hacen movimientos asombrosos, se golpean con las alas y los picos. Muchos de ellos, en su huida, chocan con algunos ventanales.

 

 Hace pocos días, en una de esas peleas, un Orejivioleta Marrón se golpeó con el el vidrio de una ventana. Por fortuna me dí cuenta. Lo conseguí tirado en el piso, boca abajo, con las alas extendidas, casi desmayado. Rápidamente preparé una solución de agua con azúcar e introduje su pico en la solución azucarada. No respondía, pero más o menos en dos minutos, empezó a sacar la punta de su lengua bífida. Poco a poco y cada vez con más rapidez extendía la lengua y absorbía el agua. En media  hora se había recuperado. 
Julia, mi pequeña sobrina de casi cuatro años me ayudaba y veía con asombro como ese pequeño ser volvía a la vida. Poco a poco se movía, empezó a aletear y sabiéndose totalmente recuperado alzó vuelo y se unió nuevamente a los demás.
Posiblemente con el trauma ellos consumen toda la energía acumulada, la solución azucarada les ayuda a recuperarse, a menos que la lesión sea más severa.


Que alentador compartir con una niña de la edad de Julia una experiencia de éste tipo. Entender que podemos auxiliar a los animales por más pequeños que sean, de una forma sencilla y sin angustia, la hace más segura para enfrentarse a cualquier situación que se le presente en cualquier momento de la vida. 


Gracias Julia por ayudar a ése hermoso colibrí. Y que su vuelo se convierta en unos de tus preciados recuerdos.

Cecilia Martínez

El Guamo en flor y sus Joyas voladoras


Flor de Guamo. Fotografía de Farid Ayaach

Desde finales del mes de Julio hasta el mes de Septiembre los Guamos se llenan de flores. Son árboles  de 10 a 15 metros, de copas amplias y sus flores son blanco- cremosas. Este año la floración ha sido muy abundante y se ha mantenido por más tiempo, posiblemente porque la lluvia no ha sido tan intensa en esta  zona.
Desde el comienzo de su floración estuve pendiente de uno de estos árboles, de copa muy alta, una de sus ramas se extiende hacia la calle y la visibilidad es mejor. Un día, pasando por allí con un grupo de niños, siento un revoloteo y un zumbido. No lo podía creer, estaban disfrutando de las flores un Amazilia Bronceado Coliazul, un Esmeralda Coliazul hembra y ¡Sorpresa! un Rubí. Mi emoción era enorme. No lo podía creer, percibir aquellas hermosas  avecitas iluminadas por un rayito de sol.

Amatista. Fotografía. Farid Ayaach

Ya el día sábado de esa misma  semana fuimos a revisar algunos de éstos árboles:  Estuvimos allí Farid, Luis Figueroa, Marisela, María y yo. En lo más alto de una copa veíamos un grupo de colibríes. La emoción fue enorme. Yo no podía ni hablar con lo que estaba viendo. Un pequeño colibrí con su cola en horquilla, que iba y venía a posarse en una ramita muy alta. Farid dice: Es la hembra de un Amatista. Seguimos observando y allí estaba, acompañándola, con un vuelo que parece que flota, una Coqueta coronada hembra.  
Todas estas semanas subsiguientes la tarea ha sido revisar lo más posible los guamos. Una tarde muy clara, y con el sol  cayendo, María y yo pudimos observar una pareja de Amatistas, macho y hembra. Impresionante,  lo que se destacaba era ese color rojo de su garganta, iluminado por la luz del sol al atardecer. 
Vimos también a una pareja de Mango Pechi negro y por supuesto una joya que a diario nos acompaña, el hermoso Colibrí Cola de oro.

Colibrí Cola de Oro. Fotografía. Luis Figueroa

Ya las flores de muchos guamos están menguando y empiezan a aparecer sus nuevos retoños de hojas bronceadas y por supuesto, los colibríes que visitan la casa están regresando después de casi dos meses de vacaciones, disfrutando de la dulzura de éstas flores maravillosas, que atraen a tantas joyas voladoras.  

Cecilia Martínez

viernes, 12 de julio de 2013

La despensa del bosque

Paraulata de Montaña. Fotografía. Lili Guralnik
Mayo y Junio, son dos de los meses claves en la anidación y reproducción de las aves. Después de los cortejos entre ellas, cada uno diferente y con mucha gracia en cada especie, las aves escogen el lugar donde construir sus nidos, algunos de ellos difíciles de percibir.

Una pareja de paraulatas lo hizo en un brocal que sobresale de un muro. Allí tuvieron tres pichones. Estuve muy pendiente de ellos, pues estaban muy a la vista. Los padres llegaban a los comederos de la casa y durante todo el día  cargaban su compota de frutas y masa de maíz para sus pequeños. Después de un poco más de un mes, el nido está vacío. Los pichones están con sus padres en las ramas de los árboles cercanos. Vimos como uno de los padres buscaba entre las hierbas, allí consiguió un grillo. Sin contemplación le dio contra el piso y subió con la presa, un alimento de más consistencia y rico en proteínas que sirve para calmar el hambre de los polluelos ya más adultos, quienes necesitan mucha energía para enfrentar la cotidiana vida en el bosque.

Gran Atrapamoscas Listado. Fotografía. Lili Guralnik
Una pareja de  Gran Atrapamoscas listado tiene su nido en el muro frente a la casa. Estas aves llegan entre marzo y abril. Su llamado, parecido al sonido de un pito de un muñequito de goma, avisa de su llegada. Allí entre los huecos de esa gran pared, muy alto y bien protegido tienen a sus pichones. En un ir y venir, ambos padres van a los grandes árboles a buscar los insectos para alimentar a sus crías. Cuando ya estén fuertes toda la familia emprenderá su viaje de regreso a su lugar de origen.

Coloqué hace algún tiempo un tubo de pvc de más o menos un metro de longitud, con dos tapas en los extremos, un agujero lateral en la parte superior y las paredes internas cubiertas con una malla, con la idea de  que algún periquito mastrantero  hiciera su nido allí, como sucede en la Estación Experimental de Los Llanos.  Los periquitos no lo hicieron, pero ese recurso es utilizado por un hermoso trepador marrón.  Allí tiene sus pichones, no se cuantos, pues no me atrevo a molestarlos. El trabajo de esa hermosa ave es muy intenso, va de un lado al otro en el bosque. Es un constante ir y venir para buscar el alimento necesario para sus crías, en esa enorme despensa natural que es el bosque que nos rodea.  

Cecilia Martínez

domingo, 28 de abril de 2013

La comunicación con las aves

Sorocua Acollarado. Fotografía. Farid Ayach

Después de haber tenido casi toda mi vida un contacto directo y muy cercano con la naturaleza y tras muchas horas de silencio, he logrado de forma espontánea, entender la comunicación y las respuestas a los cantos y llamados de las aves.

El domingo pasado a eso de las seis de la mañana, después de tomar un café, fui a la parte baja de la casa, tenía un pálpito, algo bonito pasaría.

Allí abajo me senté en silencio. Empecé a escuchar en el bosque, a mi lado derecho, el típico llamado de un Sorocuá Acollarado. Su canto triste, en tres golpes y a lo lejos. Como siempre, cada vez que lo oigo, empecé a llamarlo, a imitar su canto. Poco a poco lo sentía más cerca. En media hora lo tuve al frente, a mas o menos dos metros de distancia. Me mostró toda su belleza, ese color rojo del vientre hasta el pecho, con una banda blanca que lo separa nítidamente del verde del cuello, el pico cortico y amarillo. Siguió cantando, los mismos tres tonos que hacían mover su pecho. Parado en la rama seca de un cafeto, respondía a mi silbido. En poco tiempo hubo una intervención lejana. Él movía la cabeza de un lado a otro con una serenidad pasmosa, mientras el otro canto lejano se acercaba.

Sigilosamente, una hembra se colocó a su lado. Igualmente bella. El color rojo un poco desteñido, la banda blanca separaba muy bien el marrón del cuello y del resto del cuerpo. Mi asombro fue inmenso. Entendí que éste amigo quiso mostrarme a su hembra. Después de este encuentro los dos volaron hacia una zona oscura y muy tupida del bosque a mi izquierda.

Posiblemente están buscando un orificio de algún tronco para hacer su nido. Es tiempo de reproducción. Están cercanas las lluvias y ellos lo saben. El canto de las cotaras, el croar de las ranas y el trino de las chicharras lo están anunciando. Todos estos sonidos son parte de la comunicación en la naturaleza. Las aves así lo entienden. Sin embargo muchas personas no lo saben y algunas otras, que tienen la oportunidad de oírlos, los ignoran.

Todo esto me hace reflexionar sobre la imperiosa necesidad de entendernos como parte de la naturaleza, de escuchar sus mensajes y realmente (re)aprender a comunicarnos con ella, así como entre nosotros. Este conocimiento nos va a permitir comprender y participar activamente en la conservación de estos espacios de bosque, así como de todos los espacios naturales que cohabitamos las especies que aún vivimos en este maravilloso planeta.

Cecilia Martínez