martes, 15 de noviembre de 2011

Los Juanes en Amaranta



En los primeros días del mes de Septiembre recibimos en Amaranta la visita de tres hermosos niños, junto con su madre Adriana y la Sra. María. No había tenido la experiencia de tener niños aquí, pues los espacios son muy abiertos y en ocasiones representan riesgos para ellos.

Luego de su viaje en carretera desde Upata en el Estado Bolívar llegaron muy cansados, pero ilusionados con el frío y la neblina de la montaña.

Cada uno de ellos se llama Juan. Juan Vicente, de 11 años, algo tímido al comienzo, muy observador. Cada vez que podía volaba con sus pensamientos en la alas de un colibrí. Juan Andrés, de 8 años, con unos hermosos y vivos ojos, que lanzaban chispitas cuando se le ocurría una travesura. Me recordaba la canción de Atilio Galindo "Son chispitas a veces tus ojos". Y Juan José, el más pequeño de los tres, de 4 años, muy alegre y conversador. No le gustaban mucho los huevos, pero todas las mañanas una gallina le enviaba un huevito que el comía gustoso mientras yo le cantaba Allá viene, allá Juan José.

La noche de su llegada, luego de explorarlos rincones de la casa, me hicieron una pregunta ¿Y no hay televisión? Pues habían traido videojuegos y algunas películas. Les dije que no, pero que les podía buscar una.

Durante los cinco días de su estadía descubrieron el mundo de las aves, hicieron fotografías, pintaron cosas hermosas, jugaron con Sansón. A veces bajaban a la quebradita y allí jugaron en las chorreras de agua. Una noche preparamos una sesión con el microscopio y tuvieron la oportunidad de observar detalladamente algunos insectos que habían recolectado en el día. Hicieron objetos de reciclaje y salieron a jugar pelota a la calle con Sansón.

En esos cinco días con nosotros no recordaron la televisión o los videojuegos. Se entregaron por completo a vivir la experiencia de la naturaleza y los juegos que hay en ella. Aprendieron los límites que la misma naturaleza establece para no hacerse daño y a respetar esos límites para mantener el equilibrio.

El día de su partida sentí un profundo silencio. Hacían falta su bullicio, sus juegos y sus risas. Esta ahora también es su casa.


Dios bendiga a los tres Juanes.


Cecilia Martínez